viernes, 30 de noviembre de 2018

LA CLAVE DE LA EVOLUCIÓN

Últimamente me he dado cuenta de que se "ha puesto de moda" la incentivación de una lucha constante entre géneros por la "igualdad"; pero que lo único que se está consiguiendo es que se produzca un mayor distanciamiento de opiniones, originando que cada sexo esté a la defensiva ante cualquier respuesta por parte del sexo contrario, tomándolo como un ataque en vez de como una crítica constructiva.
De esta manera, jamás se conseguirá llegar a un acuerdo objetivo acerca de lo que es correcto, equitativo o no discriminatorio.


El aumento de manifestaciones y protestas, por parte de ambos sexos sobre asuntos cada vez más triviales, están consiguiendo una deformación de la realidad, de manera que nos está costando un gran esfuerzo diferenciar lo realmente importante (como es la equidad) de las cosas banales, como ofenderse por cada detalle, buscando la manera de convertirlo en peyorativo o discriminatorio para criticarlo, aunque inicialmente no lo sea.

Lo que sí es cierto es que el mundo que vivieron nuestros antepasados era machista, definido como una actitud o manera de pensar que sostiene que el hombre es superior a la mujer; y que con el paso del tiempo la mujer empezó a reivindicarse para defender sus derechos de igualdad, demostrando su valía ante ciertas situaciones o actividades que tradicionalmente estaban reservadas al hombre.

De esta manera, se originó el feminismo, definido como un movimiento social que busca la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Término que no debe confundirse con hembrismo, o "feminazismo" como actualmente lo denominan algunos, definido como una actitud o manera de pensar que sostiene que la mujer es superior al hombre.

De hecho, podemos citar algunas mujeres precursoras del feminismo, como:

- Marie Curie, ganadora del premio Nobel de química en 1911 tras el hallazgo de dos nuevos elementos: el polonio y el radio; trabajo que ella misma empezó y por el que su marido decidió abandonar sus anteriores investigaciones para ayudarle.

- Eva Perón, una mujer con carisma que no se conformó con quedarse a la sombra de un hombre; y que fue conocida por su increíble poder de palabra y convocatoria, aprovechando su situación como primera ministra para luchar por los derechos de los trabajadores y de la mujer, con especial énfasis en el sufragio femenino.

- Mary Wollstonecraft, una escritora y filósofa británica, que consiguió ganarse la vida como tal, y que en 1792 escribió su obra más famosa titulada "Vindicación de los derechos de la mujer", en la cual argumentaba que los hombres y las mujeres son iguales por naturaleza, y que sólo son tratados de distinta forma por su educación en la vida.

Así pues, me gustaría hacer hincapié en ésta última, debido a su manera de pensar, ya que, a mi parecer, es la clave para cambiar esta situación actual que estamos viviendo tan exagerada y deformada sobre el feminismo.

Los defensores del machismo siempre han mantenido la postura de que el hombre y la mujer no son iguales, ya que existen ciertas diferencias claramente visibles, físicamente hablando, lo que hace que una mujer no pueda hacer ciertas actividades que hace el hombre.

Es cierto que la mujer puede tener menos fuerza que el hombre por naturaleza, pero también es cierto que en un mundo cívico, "la ley del más fuerte" ya no predomina sobre el ser humano, sino otros atributos, como: habilidades, capacidades, destrezas, inteligencia, pensamiento, sentimientos, actitudes, valores..., que forman parte del desarrollo personal de cada uno, independientemente del género.

Por tanto, podremos ser diferentes por fuera, ya que, anatómicamente hablando, existe una diversificación sexual que hace que ciertos rasgos nos diferencien; pero por dentro todos somos iguales y capaces de aprender lo mismo. El problema es que la sociedad todavía no ha dado el paso necesario para cambiar esa forma de pensar. Y jamás lo conseguiremos sólo con protestas, manifestaciones y reivindicaciones; sino que hay que abordar el problema también desde la raíz, y por eso la educación desde las primeras edades es la clave para ello.

Si continuamos luchando por una igualdad de derechos, pero desde pequeños: la familia, la escuela y los medios de comunicación nos siguen educando con valores sexistas y estereotipados, no estamos avanzando nada; ya que aquello que nos han inculcado desde que nacemos prevalece en nuestro subconsciente y choca en un futuro con ciertas formas de pensar, lo cual impide que podamos vernos en iguales condiciones para hacer o recibir lo mismo por el mismo trabajo o trato. Y todo esto, sumado a la ignorancia predominante que existe en cierta parte de la población, hace que se complique más el asunto.

Primero, tendremos que aprender a diferenciar entre sexo, género y tipificación sexual, para más adelante conseguir eliminar las barreras que tanto nos limitan actualmente.

El sexo es un fenómeno biológico que nos viene dado al nacer. El género es todo lo que se asocia con el sexo e incluye roles, preferencias y otro atributos que definen lo que significa ser hombre o mujer. Y la tipificación sexual supone adquirir unos atributos asociados con ser hombre o mujer en una cultura determinada, es decir, lo que la sociedad nos asigna por el mero hecho de ser hombre o mujer.

Y es esa tipificación sexual la que tenemos que cambiar, evitando enseñar a las personas desde pequeñas, estereotipos relacionados con el género, como que: Las niñas son más delicadas que los hombres; y conductas sexistas, como que: Las muñecas son juegos de niñas y los coches juegos de niños; ya que cuando sean adultos, en su cabeza ha quedado grabado que los bebés son cosas de mujeres y los trabajos de mecánica o conducción son cosa de hombres, por ejemplo.

Esto y muchos más aspectos se encuentran reforzados en el día a día de una persona a través de: conversaciones familiares, anuncios de televisión, juegos simbólicos, películas, libros..., provocando una forma de pensar contraria a la que intentamos cambiar con la palabra.

En definitiva, el objetivo principal es desarrollar en la persona, desde sus primeras edades, un espíritu crítico hacia todos los mensajes que le lleguen, para que así de adulto tenga una actitud más abierta, capaz de superar la influencia de los estereotipos y sexismos provocados por la sociedad actual.